La chiquitita Murióm y el mar bueno | Stavros Koutrakis

La chiquitita Murióm, se rascó duro el codo. ¡Si que era malo el bicho que le picó! Pero, un rato después, le gustó la sensación de rascarse. Como que algo sintió su mamá y le cubrió la mano con un trapo. De repente se tambalearon y se estremeció. “No tengas miedo”, la escuchó, “el mar es bueno”.

Cobijada profundamente en el tibio pecho, con el aroma – más fuerte que en el pasado – calmándola, sostenía fuertemente su juguete de plástico abrazado. “No tengas miedo”, le susurró “¡No escuchas a mamá! El mar es bueno, mi pequeña”. Sin embargo temblaba. Otra fuerte trepidación. Y otra, aún más fuerte. Clavó sus uñas en la ropa. Algunas gotas, muy frías, mojaron su cabeza. Miró hacía arriba y vio muchas estrellas que se movían como locas. Se mareó poquito.

En su barrio también había muchas cuando anochecía. “En cuanto aprenda a contar arriba de diez, una noche, las contamos juntos,” le había prometido Tarek-Asiz, su amigo. “Yo sé cuantas son”, le dijo y el rió mucho “¡Que dices! ¡Falta que conozcas el mar también!”.

Alrededor de la casa, alrededor de su pueblo, no había mar. Polvo y piedras. Cada vez que pasaban los camiones grandes, color verde oscuro con los soldados y sus maldiciones, se llenaba el ambiente de este polvo y todo moría. Cuando enterraron a su papá, esto le molesto más que los gritos de su madre: “!Ay! ¡Mi infortunio! ¡Alá es uno!”. Sabía muy bien como era si entra en tu nariz y no puedes respirar.

La única fuente de agua, un gran pozo a las orillas del pueblo. Tenía un árbol con un enorme tronco pero muy pocas ramas. Difícilmente encontrabas su sombra. La abuela decía que, en aquella época, todos los hombres cabían abajo, solo que ahora…

Screen Shot 2016-01-24 at 8.13.15 PM“Village By The Tree, Syria” Nubbar Gallery

Pero el mar, si lo conocía. Por mucho tiempo le contaba de él, su madre. “Veras, es bueno el mar. Es taaaan grande y haremos juntas un lindo viaje, para encontrar a tío Hamed. Tendrás de todo, mi flor. De las cosas que nos robaron y otras muchas más. El mar canta, ¡lo sabes!?” Lo sabía. Esto y muchas más cosas, reales o no. Sabía que succiona todos los ríos y por eso esta grande. Que Sevah navegaba en él, que le tragó y después lo expulsó más guapo y sabio. Lleno con botellas con mensajes. Y el sol, cada amanecer, limpia el polvo de sus ojos con él.

De pronto, su estómago se estremeció. Ahora se movían constantemente y esto no le gustaba nada. Se sentía muy mal pero no habló. Se aferró a su muñeca y le cantó una nueva canción que hablaba de la comida que prepararían a sus amigos cuando regresaran a casa. Cantaba y temblaba como un pez pequeñito y tragaba lo que regresaba de su estómago vacío.

Recordó el momento que trajeron a sus dos hermanos mayores. Solo alcanzó a verlos por un momento antes de que se la llevaran, pero fue suficiente para hartarse con sangre seca, espesa con polvo. Vomitó y Tarek-Asiz le tomaba la mano y decía en forma de cantar todo el tiempo “¡Maldito sea!” con otras palabras, mezcladas. En la primera oportunidad le escribiría en un papelito con pequeñas letras bonitas, cursivas. Las pocas que conocía. ¡Que bueno sería si lo tuviese como compañía en el viaje! Era muy largo y aburrido.

Noche a noche, a veces sobre animales, a veces sobre camiones desbaratados y muchas veces a pie, viajaban horas interminables. Se cansó y se quejaba, pero su madre nunca la regañó. Al fin se desesperó y paró de quejarse. Seguía como podía sin hablar cargando a su muñequita del pie, tambaleándose, y solo en algunos momentos le salían lágrimas pero sin llorar. En el día escondidos en bodegas, más obscuras que la noche. Que bien que un viejo sucio, al principio, le dio la muñequita. Se preocupaba por ella y pasaba el tiempo. “En casa, para que lo sepas, tengo una mejor que tú. Se quedo a esperarme. A ti, te llamaré…, ¡Tamina! ¿Te gusta?” No le dejaron llevarse nada con ella. Ni su querida muñeca, para que no ocupara espacio. De cualquier forma, no tenía otros juguetes.

Los niños del barrio jugaban con balas y hierros que dejaban los soldados. Pues no quedaba nada más. Ella no se acercaba a estas cosas. Unos niños habían sangrado y uno se mató. Tarek-Asiz se hizo una herida grande en su mano y corría como pollo descabezado, tan chistosamente, que la chiquita Murióm rió muchísimo, sin poder parar. Pasó mucho tiempo hasta que él le habló de nuevo y otro igual hasta que ella le contestó. Después, un día, el fue a su casa con una botella de refresco, para que fueran de nuevo amigos.

“¡Tengo sed, Tarek-Asiz! ¡Mi boca se secó, buen amigo mío!”. Su boca, de verdad, era reseca. Quizá por miedo. Su madre le dio un trapo remojado y le acarició la mejilla con la mano helada. “Pronto te daré agüita, mi bonita. Ahora te hará daño. Casi llegamos mi flor. Se ven las luces. Ahí, ¿las ves?” La dejó por un momento, como para verlas, ella trató, pero su malestar empeoró y se encogió. Chupó el trapo hasta que se secó y se quedo con él en la boca.

Algo golpeó muy fuerte el barco y se escucharon gritos. Volteó a su muñeca. “No tengas miedo, tonta”, pero era su corazón que brincaba bailando. La madre la apretó más. Escuchaba ahora a los adultos alzando la voz terminando, siempre con, “¡Alá es uno!”. Empezó a sollozar. Trató de controlarse, pero no pudo. No podía llorar como algunas mujeres que lloraban a gritos. La madre, dentro del desastre, le dio una galleta. “Para tu estomaguito, mi flor. Cómelo, te hará bien. Pronto llegaremos”. De estas galletas, le dieron muchas en el viaje. Al principio le gustaron y comió muchas, pero al fin no se le antojaban más. En casa hacía mucho tiempo que no comía galletas. Y las comidas eran pocas ya. Todo el tiempo lo mismo, pero aún así daba las gracias. La madre masticaba lo que quedaba, la pobre. Adelgazó y envejeció. Pero, ahora que llegaran, comerían hasta quedar satisfechas.

Puso un pedazo en su boca, pero se hizo polvo y no se tragaba de ninguna manera. Además era salado. Trató de darlo a su muñeca, pero en este instante algo pasó. Hubo un gran alboroto, el barco se inclinó demasiado y llegó mucha agua. “¡¡¡Murióoom, mi flor!!!”, escuchó a su madre, como de lejos y luego nada. “¡¡¡Mamáaa, no me dejes!!!”, gritó una vez, paralizada del miedo y después sintió un golpe y un fuerte dolor en su cabeza. “¡Mi buen mar! ¡Sálvame, buen mar mío! ¡Mamá! ¡Tamina!” gritó y empezó a apagarse.

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“Παλιά βάρκα” ΑΡΧΟΝΤΙΑ ΚΑΡΑΚΩΣΤΑ

 

Se inclino a un lado, acurrucada, como si durmiese en el cataclismo. Recogió las manitas y los pies y hasta los dedos de los pies y se hundió tranquilamente, ¡y entonces…!

Una luz lechosa la envolvió y la sostenía suavemente y una cinta celeste se unió con su ombligo. Su cara se endulzó, parecía sonreír y puso su dedo pulgar en la boca. Algunas burbujas brillantes salieron de sus labios y se trasladaron rumbo a la nubecita de color fósforo, sin dirección alguna. Ploto y Cymódoce vinieron, sobre sus delfines, para consentirla con un canto que nuestros oídos no llegan a escuchar. Volaron meteoritos adornando ramos de fotones. Caballitos de mar llenitos y educados le protegían de depredadores y sus dioses, mientras que viajaba para el sueño que resucitaría las – perdidas dentro de las mentiras – verdades. Entonces, Némesis completaría justamente su tarea y la pequeña Murióm, abrazada con el buen mar y su madre tenderían la mesa grande para sus amigos y los demás niños de la tierra, los humillados…

¡¡¡Mentiras!!! ¿Me escuchan? ¡Desgraciadas mentiras! Nada de todo esto, sino solo la muerte, indigna como la vida. Responsabilidades obscuras, como si no estuvieran resueltas y un océano de idiotez enfermiza. Ay, infortunada flor mía, que no tuvieron que desarraigarte, como en tiempos pasados, porque sola arrastraste tus raíces hacia ningún lado. Furor y tristeza, pero como te lloro de la manera que mereces, si el siguiente día viene otra niña y toma tu posición. Sinrazón se arrastra la pluma en el papel para dar consuelo al alma. La pequeña Murióm se ahogó, terminó.

Nicolás recogió sobre el barco el palangre con la pesca. Miró los peces y se sintió feliz. Quien diría que todo se pondría tan quieto después de una noche tan z! “Quien se ahogó, se arrepintió”, murmuró. Más tarde pensó “Ah, el mar es bueno!”. Se dirigió al puerto y ni se fijó en la muñequita de plástico que se mecía cerca de él de bruces, desnuda, sola.

scanpic0001z“Μια μέρα στη θάλασσα” Αλεξία Γ. Τρίτη Δημοτικού

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